martes, 8 de marzo de 2011

Junto al fuego

Calentando unas brasas, quemando un cisne amarillo de plumas doradas y afiladas. Me siento junto a la lumbre a escuchar los quejidos de la madera, el croar de las chispas saltando alegremente y muriendo limpias en el aire. Rojas y encendidas primero, después gris color ceniza inapreciable ante tanta algarabía de colores.
Tal vez no sea muy común merendar cisne, y aún menos común creo que es un cisne de este plumaje. No fue fácil conseguirlo, para ello tuve que caminar días y días sin descanso por lugares donde nunca antes el humano puso el pie, tuve que ascender montañas, cruzar ríos, beber de aguas tuertas, tuve que pedir favores que me será imposible devolver y pasar cerca de media vida, largos años, hasta encontrarme con el. Hubiera sido mucho más fácil, tal vez, robar un cisne común, comprar un spray amarillo y rociar al animal con él, pero entender que no hubiese sido lo mismo.
Derrochar todo por nada, como quien dedica su vida a recolectar chapas, contar nubes, acumular fortuna o escribir poemas, esa era la idea, gastar el tiempo en lo fútil e innecesario.
Y lo conseguí. Ahora aquí me hallo comiéndome la escasa carne de un cisne amarillo de plumas doradas y afiladas y la verdad: No tiene muy buen sabor

Fútbol

Tal vez me guste tanto el deporte, el futbol en concreto, por la sensación de dominio que siento. No necesito hablar, ni ordenar mis pensamientos, no necesito posicionarme, ni concretarme, ni hacerme valer. Dame la pelota y vuelo.
Jugando soy un marqués, una canción hermosa, la rima perfecta. La seguridad y la confianza implacable a diez centímetros del cuero. Cuando acaba el partido vuelvo a ser David.
Ni por el elogio, ni por los goles, las estadísticas o la victoria. Disfruto tanto por la habilidad en el esfuerzo, por el dominio en los detalles. Me siento conectado a la magia y tan cerca de la perfección que puedo golpearla con la bota y dejarla lamiendo la escuadra.
Puedo volar y sentirme por un rato impasible, impenetrable, eficiente y totalmente seguro en cada finta y cada pase. Por cuarenta minutos mi nombre y mi presencia brilla en mayúsculas con luces de neón.

Una cereza

Intentos de suicidio, hipotecas compartidas, calderilla en los bolsillos rotos, kebabs de ayer en la nevera, facturas, tipos de interés, tipos nada interesantes, bragas rotas en un cubo, sangre en la barandilla, negro sobre blanco, ideas sobre algo. Todo, nada. Algo.
Pisos piloto, pilotos sin un piso. Venta de inmuebles, vacios o con muebles. Euros, dollares, petrodollares, petroeuros.
En mi bolsillo hay cuarenta centimos con los que me voy a comprar unas chucherías. Rojas, verdes, deliciosas, amargas, ácidas, azules. 40 centimos de chucherías.
Me siento en un banco de la plaza Santa Ana a comermelas viendo vidas pasando rápido: Novios, facturas, llego tarde, cafés, esta noche borrachera, Madrid – Barça, compras, mama me espera en casa. Sueños, planes, deseos, vidas…
Me queda una cereza y me la como. Mmm… está riquísima.

La moneda

Que es lo que me queda, después de vencer a la moneda, después de jugarme la vida a cara o cruz, que es lo que me queda. Cara.
Tal vez no sea mucho, ni demasiado, ni siquiera podría decir que es poco o incluso algo menos que nada, pero sí. Es cara.
El brillo metalico sonriendo a tu victoria, la antesala del gozo, la moneda volteada en el aire, girando, girando, girando y girando. Y cuando cae en la mano, es cara.
No importa el motivo, ni la apuesta, ahora solo es el desenlace: Cayo cara, ganaste, comienza el partido.